¿Qué es la fe según la Biblia?

La Biblia define la fe como la completa seguridad de que obtendremos algo que ni siquiera podemos ver. Los hijos de Dios esperamos con confianza y paz porque sabemos en quién hemos creído. Por supuesto, nuestra fe está puesta en Dios y mientras más nos acercamos a él, más crecemos en la fe.

La definición de la fe en la Biblia

1. Es tener certeza

Como cristianos, nuestra fe está basada en la certeza de que Dios (el objeto de nuestra fe), hará lo que esperamos a su manera y en su tiempo. No pedimos al azar como niños malcriados o antojados. Pedimos de acuerdo con su voluntad y basamos nuestras peticiones en lo que agrada a nuestro Dios.

2. Agrada a Dios y muestra confianza en sus promesas

En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan.
(Hebreos 11:6)

Cuando decimos que tenemos fe en Dios, afirmamos que él es real en nuestras vidas y que es quien puede conceder nuestras peticiones y sueños más profundos. Esta afirmación agrada y alegra el corazón de nuestro Dios. Esa fe en él confirma que sabemos que él tiene todo el poder para concedernos lo que anhelamos hoy, y también para darnos la vida eterna.

3. Es nuestra respuesta a la revelación de Dios

Yo soy el Señor, y no hay otro; fuera de mí no hay ningún Dios. Aunque tú no me conoces, te fortaleceré, para que sepan de oriente a occidente que no hay ningún otro fuera de mí. Yo soy el Señor, y no hay ningún otro.
(Isaías 45:5-6)

Dios nos afirma en su Palabra que no hay ningún otro Dios. Pero él no se queda solo con las palabras. Él va más allá y se revela a nosotros. Si estamos atentos y le damos una oportunidad, podremos experimentar su toque en nuestros corazones y la fortaleza que él nos concede para vivir una vida que demuestra que él es el Señor de nuestro corazón.

¿Cómo se adquiere la fe?

1. La fe es un regalo de Dios

Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte.
(Efesios 2:8-9)

Dios puso fe en el corazón del ser humano. El ser humano decide dónde deposita esa fe. Cuando ponemos nuestra fe en Jesús, escogemos creer que su venida a la tierra, sus milagros y su sacrificio en la cruz fueron una realidad y abrieron la puerta para que recibamos la salvación y la vida eterna.

2. Dios nos ha dado a todos una medida de fe

Por la gracia que se me ha dado, les digo a todos ustedes: Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación, según la medida de fe que Dios le haya dado.
(Romanos 12:3).

Tener fe requiere humildad, vernos tal como somos: humanos y finitos. Dios nos da una medida de fe a través de la cual reconocemos nuestra necesidad de él. Podemos aumentar esa fe a la medida en la que le dejamos obrar en nuestros corazones y transformarnos más a su imagen

3. Debemos confesar a Jesús como Señor y Salvador

Esta es la palabra de fe que predicamos: que, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo.
(Romanos 10:8-10)

Nuestra fe comienza en lo más profundo de nuestro corazón. Una vez Jesús es el Rey de nuestra vida, su amor nos impulsa a hablar y a compartir lo que Dios ha hecho en nosotros. Luego, según vamos creciendo en nuestro andar con Jesús, la fe se manifiesta a través de nuestras acciones, palabras y decisiones.

4. Creyendo que las promesas de Dios son verdaderas

Todas las promesas que ha hecho Dios son «sí» en Cristo. Así que por medio de Cristo respondemos «amén» para la gloria de Dios.
(2 Cor.1:20)

Las promesas de Dios se cumplieron en Jesús. El ministerio de Jesús en la tierra fue un ministerio de poder, sanidad y salvación. Podemos confiar tranquilamente en que Dios sigue cumpliendo sus promesas. Él todavía quiere sanar, perdonar y salvar. Podemos orar en el nombre de Jesús y decir «amén» (así sea) sin dudar porque Dios sigue siendo fiel, sigue siendo el mismo Dios.

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