Muy a menudo, por más que les digamos a nuestros niños que tal o cual objeto no debe tocarse o que algo no debe hacerse, debido a su curiosidad acrecentada por la prohibición, insiste en querer hacerlo.
Aprender las reglas es un proceso que comienza a partir del año de vida, y es el momento de explicar lo que está prohibido, lo que se puede y lo que no se puede; porque es por medio de la prueba de frustración la forma en que se incorporan las reglas.
¿Por qué poner límites?
Veamos porqué los límites son tan necesarios para el desarrollo de los niños.
1) Favorece la autonomía.
Buscando límites externos, los niños dan prueba de su voluntad de aprender a controlarse y de incorporar límites para sí mismos. De esta manera, es que solicita la intervención del adulto para que establezca estos límites que irá incorporando poco a poco. Al establecer reglas para un niño, los adultos favorecemos su autonomía.
2) Contribuye a la seguridad psíquica.
Los niños pequeños necesitan encontrar estos límites externos sobre todo cuando se sienten inseguros. Necesitan asegurarse la solidez de los adultos probándola en sus propios límites.
Cuando buscan romper las reglas, los niños en cierta forma nos están preguntando: “¿eres lo suficientemente fuerte y sólido para que yo pueda contar contigo?” Si los adultos reaccionan de manera serena estableciendo límites en eso que demanda el niño, y explicándole el porqué de las cosas, se sentirán seguros y confiados.
3) Establece puntos de referencia.
Los niños deben aprender lo que está permitido y lo que no está permitido. Esto les permite entender cuáles son los puntos de referencia para forjar una personalidad y aprender a vivir con otros.
4) Enseña a tolerar la frustración.
Es primordial poner límites a los deseos de los niños y enseñarles a tolerar la frustración. Si decimos “sí” a todo, corremos el riesgo de criar niños que se considerarán “todopoderosos” y que no conocerán un límite a sus deseos, algo que los llevará a no poder tolerar ninguna frustración. Esto puede acarrear serias consecuencias en su salud psíquica así como en sus futuras relaciones con otros.
5) Enseña a vivir en sociedad.
El niño debe incorporar estos límites para integrarse a las reglas de la vida social y poder vivir en sociedad. Establecer límites a un niño, es también enseñarle a sociabilizar y a vivir y a compartir con otros.
¿Cómo debemos de establecer los límites?
Este es el principal interrogante cuando hablamos de los límites que debemos imponer. Todos sabemos que las reglas existen y los niños pequeños no están exentos de tener que cumplirlas, pero también es verdad que muchas veces no sabemos cómo establecerlas.
Los niños necesitan explorar los límites y la tolerancia de los adultos que los rodean, en especial, porque desde muy temprana edad saben que deben comportarse de manera diferente dependiendo del adulto con el que interactúen.
Mantenerse firme y con autoridad frente un niño que rompe las reglas todo el tiempo, es importante y aunque parezca increíble, ya con tan sólo dos años son capaces de tener estos comportamientos. El niño nos demuestra así que necesita de los límites del adulto, porque con eso prueba la solidez y la fortaleza de sus padres.
– Dar prueba de afecto después de la explicación, para hacerle entender al niño que establecer límites no quiere decir que no se lo quiera, sino más bien todo lo contrario.
– Reservar la autoridad para cosas importantes. Esto quiere decir que si decimos de manera permanente “no” sin tener claro exactamente por qué lo hacemos, las reglas se vuelven ineficaces.
– Adoptar reglas comunes y compartida s por parte de los padres o de los adultos que están a cargo del niño. Es importante transmitir un mensaje claro y coherente de quienes lo educan, para establecer puntos de referencia estables y que las reglas para él sean claras.
Cuando un adulto dice que no a algo y luego otro adulto dice que sí a lo mismo, sometemos a los niños a una situación de inseguridad y de falta de autoridad.
Los Riesgos y obstáculos.
– Perder la calma (violencia verbal y física). Es difícil establecer límites, sobre todo cuando se trata de repetir muchas veces lo mismo a un niño para que pueda incorporarlos por sí mismo.
Puede suceder que perdamos la calma porque estamos cansados, porque nos sentimos impotentes o simplemente porque somos humanos.
Cuando perdemos la calma, rebasamos nuestros propios límites y ya no estamos en condiciones de establecer reglas de manera constructiva para el buen desarrollo de los niños.
El hecho de gritar, que es muy diferente de levantar la voz con tono firme, es un signo de que hemos traspasado nosotros mismos nuestros propios límites. El niño entonces comprende que el adulto perdió la calma y que utiliza “la agresión” para resolver los conflictos al mismo tiempo que asumirá que el adulto no es tan sólido como creía. Un niño no entenderá las explicaciones si están acompañadas de gritos o de gestos violentos. En todo caso, dejará de hacer lo que hace por miedo y no volverá a hacerlo sólo por miedo.
Decirle a un niño “eres malo” o “eres insoportable”, tampoco es una buena estrategia; simplemente porque el niño no es malo sino que en todo caso tuvo “un mal comportamiento”. Lo reprensible es el acto y no la persona que lo comete.
– Mostrarte dubitativo.
Por muy pequeños que sean, los niños son sumamente intuitivos y captan inmediatamente si estamos dudando a la hora de poner los límites. Es importante preguntarnos por qué estamos dudando a la hora de establecer reglas. Tal vez descubrimos que no hay una buena razón para poner un límite, porque nos sentimos mal o porque nos sentimos culpables.
– Bajar los brazos frente a la rebeldía.
Esta actitud suele aparecer cuando ya nos sentimos cansados de repetir siempre lo mismo asumiendo que el niño no entiende. Algunos niños tienen tan poca seguridad interior que buscan los límites permanentemente. Nunca debemos privarlos de ellos porque los límites siempre brindan seguridad a los niños.
¿Qué pasa a la hora de corregir los malos comportamientos?
Es importante no proferir amenazas inútiles. Si el niño está atravesando una crisis y no logra calmarse sólo, podemos intentar excluirlo en su habitación, diciéndole que está en penitencia y que vendremos a buscarlo más tarde.
Si a pesar de eso, continúa nervioso y enojado, la solución es extender el tiempo de exclusión. No debemos dudar en utilizar la penitencia (que no debe superar unos pocos minutos) para hacer entender que se ha quebrado una regla o se ha traspasado un límite. El efecto recae sobre el hecho de establecer una penitencia y no tanto en el tiempo que dura.
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